El día del tiempo

Los adioses son promesas del futuro, contratos de un pasado, puentes entre nosotros y lo otro. Derek Jeter se ha ido del parque, como quien se toma la molestia de poner la posdata. Cuando Michael Jordan se dispuso al respeto fue justamente porque el hombre grande (para admirar se necesita grandeza, dijo Sábato) supo que, en otro deporte, dijo bye una luz, un Jasón, un Aquiles, un Héctor. No es casual que el héroe de nuestros tiempos se despidiera en el mismo día del último juego de Mickey Mantle, el ejemplo que nunca fue el ejemplo. Jeter no fue un beisbolista, tampoco un deportistas. O no meramente, tácitamente. Jeter es una estación del espacio. Una forma de juntar todos los adverbios de tiempo. Hoy se ha cerrado la prosa de los números. Un adiós es un dolor y una esperanza, palabras que, como la necesidad y el deseo, conforman el paso de los días. El Rey de los Deportes es un edificio de mitos, una memorabilia de los récords. Se fue una estampa del comienzo del siglo. Comienza el recuerdo. La evocación postrera de un caballero, juglar entre segunda y tercera, donde sucede el mundo. Alejandro Magno se dolió de Aquiles y de Héctor porque tuvieron a un Homero que los cantara. Jeter tampoco tiene un ciego que le brinde versos como otros a Ruth, a Di Maggio y a Mantle. Pero tiene la noble certeza de que un pronto vendrá un Virgilio a construirle su Jeteneida. Hoy, el día del tiempo se cumple, como las promesas, esos arrebatos de los dioses. Algo ya no es en lo que  fue una certeza.

 

Standard

Leave a comment